Equipado tanto con un libro como con recuerdos felices, ya estaba predispuesto a que (por lo menos en la hora y media del vuelo) nada extraordinario sucediera. Y, por si fuera necesario, podría recurrir a un vaso de ron ya en lo alto.
¿Había algún motivo para haber decidido ir en solitario hasta Ciudad de Panamá, abandonando el confort de usar medios de transporte a los que ya estuviera acostumbrado? Así era, y no se trataba de algo diferente a un capricho. El de conocer la ciudad centroamericana más cosmopolita, y mi segunda opción tras la anhelada Habana con su escena de jazz.
El trayecto se sintió bastante corto. Recompensando mi estoica estadía en el cacharro, la visión nocturna de la ciudad mientras descendíamos fue un tesoro. Lo reconocí todo. El Canal, el Puente de Las Américas, Cerro Ancón, el interminable Corredor Sur... una sucesión de puntos luminosos creando arte en la oscuridad.